En el título que da pie a mi intervención, aparece, de forma sintetizada, la representación social de un grupo de personas muy concreto.
Es un título que habla de mujeres, con una discapacidad, objeto, por tal motivo, de una discriminación múltiple y abocadas a sufrir situaciones de violencia.
Si hablamos de forma genérica, parece que ese mensaje está claro. Si solo tenemos en cuenta el resultado final de una serie de circunstancias que se dan a la vez y sobre una misma persona, si no descendemos al nivel de las palabras y los conceptos que éstas encierran, parece un mensaje claro con el que podríamos estar conformes.
Sin embargo, y compartiendo la máxima de que el lenguaje conforma nuestro pensamiento y por lo tanto nuestra forma de interpretar y actuar en el mundo, me gustaría comenzar haciendo ese viaje a la terminología con la intención de contribuir a una mejor comprensión de una situación que es altamente compleja y muchas veces confusa.
Y se preguntarán ¿por qué?, si el mensaje está claro, si parece que sí se sabe de qué estamos hablando… Pero me permito dudar y les pediría que lo hicieran también. La utilización de algunas de las palabras que forman la frase del título encierran conceptos no suficientemente precisos y eso puede conducir a percepciones erróneas de una realidad incuestionable. Al ser así, se puede transmitir un mensaje claro, mejor dicho, comprensible, en su estructura superficial, pero difícilmente lo será en su estructura profunda, aquella que el cerebro realmente interpreta y sobreentiende aunque no sea dicha.
Es evidente que somos mujeres, aunque desde siempre, en gran medida y de forma consciente, se nos haya negado o infravalorado nuestra condición sexuada. Sin embargo, no está tan claro que “padezcamos una discapacidad” porque eso sería tanto como asumir que, por el hecho de desplazarme de forma diferente, padezco un problema y que es mi problema el que la sociedad, benévolamente, intenta, en ocasiones, y como puede, resolverlo.
En el Foro de Vida Independiente, al que pertenezco, se ha elaborado un documento que cobra día a día más fuerza y en el que proponemos un nuevo término que nace, por primera vez, desde la propia comunidad de individuos que lo define. Es el de hombres y mujeres con diversidad funcional. Esta nueva denominación “no tiene nada que ver con la enfermedad, la deficiencia, la parálisis, el retraso, etc. Toda esta terminología viene derivada de la tradicional visión del modelo médico de la diversidad funcional, en la que se presenta a la persona diferente como una persona biológicamente imperfecta que hay que rehabilitar y “arreglar” para restaurar unos teóricos patrones de “normalidad” que nunca han existido, que no existen y que en el futuro es poco probable que existan…”.
Esta visión médico rehabilitadora de la diversidad funcional está siendo reemplazada desde hace años, lentamente, bien es verdad, por considerarla obsoleta, ineficaz e injusta. Ese reemplazo viene de la mano del denominado modelo social de la discapacidad que considera que ésta surge, no porque se tenga un “déficit” físico, sensorial o intelectual que impida usar y disfrutar los mismos espacios y derechos que el resto de las personas, sino que nace cuando la sociedad no sabe dar respuesta eficaz a las demandas de esas mismas personas.
Pero tampoco parece que esté teniendo éxito esta forma de explicar el fenómeno de la discapacidad. Quizá la estrategia con la que se está trasladando no sea la apropiada. El mensaje que transmite no está siendo el adecuado ya que es evidente que la sociedad sigue considerándonos un grupo aparte y diferente, un grupo que tiene un problema y difícilmente reconocerá que el problema no está en ese grupo sino en la forma en que esa sociedad se ha conformado, construido y diseñado y en cómo ha interiorizado estereotipos y modelos que han excluido a aquellos individuos que no responden a ellos. Esos modelos nacen de la necesidad de una sociedad clasista, racista y machista que busca estructurarse de tal modo que pueda organizarse en capas, en clases, en grupos, entre los que ha decidido que estén también “los discapacitados”.
Evidentemente, las mujeres y hombres con diversidad funcional somos diferentes porque hacemos muchas cosas de otro modo a como las hacen los hombres y mujeres -¿y quién no es diferente hablando en estos términos?-, pero el sistema social imperante necesita codificar y simplificar esa diferencia, necesita que la representación de este u otro grupo discriminado en la sociedad sea fácilmente reconocible e identificable. Busca así, dotar de características únicas, homogéneas y de fácil comprensión a todos aquellos grupos que considera diferentes. Una forma de simplificar la discapacidad fue no dotándola de sexo con lo que evitaba tener que hacer planteamientos de género en sus intervenciones y porque eso sería secundario ante un problema mayor: la discapacidad.
Pues bien, en un intento por huir de esa percepción y de esa culpa que se nos otorga tanto en una visión como en la otra, el término hombres y mujeres con diversidad funcional aporta “un lugar intermedio que no obvie la realidad”, tiene un carácter positivo y más que ser una definición exclusiva, abarca a casi todas y cada una de las personas que habitan este planeta.
En este caso que nos ocupa, puedo decir que estamos hablando de mujeres con diversidad funcional física, sensorial, intelectual, mental, por considerar que ese es el término que mejor las identifica, que es una denominación positiva y que no debería apartarme, por definición, del resto de los individuos de la sociedad. Evitaré utilizar el término “discapacitadas” o “personas con discapacidad” por considerar, en contraposición, que es, cuando menos, una denominación negativa, excluyente y asexuada.
¿Dónde surge entonces “el problema de la discriminación” en la diversidad funcional? En el momento en el que esas mujeres y hombres, para hacer desde las cosas más cotidianas hasta las más específicas (como cualquiera de los aquí presentes) se encuentran barreras insalvables, o salvables con excesivo esfuerzo, puestas por otros hombres y mujeres que han decidido aplicar la estadística y obrar por mayoría absoluta marginando a aquellos que no formen parte de esa mayoría pero que son tan diversos funcionales como ellos. Esa es la discriminación. Y la discriminación es única. Se está o no discriminado en función de una serie de criterios objetivos que incluso variarán dependiendo de la cultura, de la época, de la política, etc. que en cada lugar y momento exista, por lo tanto, no es algo estático, es una construcción social en un espacio y tiempo y tan diversa como lo es el ser humano o las sociedades que forman este planeta.
Las mujeres con diversidad funcional estamos discriminadas y esa discriminación está determinada por el hecho de ser mujeres, ser diversas funcionalmente, ser blancas, o negras, o musulmanas, o lesbianas, o viejas, etc. porque por el mero hecho de tener esa condición, se las excluye y margina de la educación, el trabajo, los bienes y servicios, etc. No es tan relevante la cantidad de la discriminación que padecemos sino la calidad de esa discriminación. Así, el término discriminación doble es erróneo porque confluyen siempre más factores que el hecho de ser mujer y…otra cosa más. O al menos no es suficientemente claro y preciso. Tampoco creo que lo sea la discriminación múltiple, aunque se acerca, no es tampoco exacto. Hablaría de discriminación sin más, aunque bien es verdad que cuando se encuentran casos de personas discriminadas, esa discriminación será con toda seguridad, múltiple o mas bien simultánea porque confluyen diversas circunstancias a la vez. Estas circunstancias variarán en su capacidad de influencia para hacer de ese hombre o mujer un hombre o mujer discriminado o discriminada, pero es el conjunto de todas ellas que hacen que la discriminación sea algo único, ni múltiple ni dual, único. No algo que se puede multiplicar o sumar.
Esta forma de entender la discriminación nos lleva a analizarla poniendo el acento en el contexto social, en la respuesta de la sociedad ante los grupos que considera discriminados y no nos lleva a analizarla poniendo el acento sobre las peculiaridades de la persona discriminada. Considerarlo así, contribuye a avanzar en la búsqueda de soluciones al mismo tiempo que, bien es verdad, incrementa la complejidad.
Considerar el fenómeno de la discriminación desde una perspectiva contextual tiene varias ventajas: no encasilla rígidamente a la persona y la mete en el cajón de los discapacitados o los inmigrantes o los homosexuales, es decir, no analiza la discriminación SOLO por razón de ser una persona con diversidad funcional, sino por ser además mujer, quizá también por ser morena y por vivir en el medio rural. Es difícil saber cuál de estas circunstancias pesa más en mi porción de discriminación, dependerá de cómo yo lo viva en cada momento y de cómo lo vivan los demás en la relación conmigo y las circunstancias de la vida a las que me enfrente. Estas circunstancias se dan al mismo tiempo. No entenderlo así, me hace sentir un poco como cuando me preguntaban de pequeña “y tú ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?”, pues aparte de ser una pregunta cruel, me sumía en la confusión y me llevaba a no contestar, a no saber qué decir, porque la verdad no lo sabía, creo que nadie podría contestar con claridad o con justicia a esa pregunta porque tampoco tiene mucho sentido: algunas veces quería más a papá y otras a mamá, pero no era relevante. Pues ahora me preguntan mucho “Y tú, ¿cómo te sientes más discriminada como mujer o como discapacitada?” Y me sumo en esa misma confusión que tenía de pequeña: no lo sé. Algunas veces como mujer y otras como una persona con diversidad funcional y otras como una mujer con diversidad funcional, no es relevante. Lo que sí es relevante es de qué manera el sistema social en el que vivo, me discrimina y cómo vivo yo las consecuencias de esa discriminación. No es demasiado difícil establecer las causas de la discriminación de individuos y grupos en una sociedad capitalista y segregadora, pero quizá sea más difícil saber el porqué se es discriminada en cada caso, por ejemplo en el acceso a un puesto de trabajo: si por mujer o por ser una mujer con diversidad funcional; o si se le ha vetado la entrada en un restaurante por ser una mujer con diversidad funcional o por ser musulmana. Lo que sí es relevante es que la discriminación que provoca el sistema es cada vez más sutil, más sistemática, más institucionalizada y más difícil de atajar.
En este estado de cosas, una de las consecuencias de la discriminación que soportan las mujeres es que las debilita, física y mentalmente, y las convierte en mujeres fácilmente abordables, manipulables y gobernables. Por supuesto que una autopercepción así conduce en la mayoría de los casos a un sentimiento de inferioridad y falta de respeto para sí misma en el que es muy fácil que se instale el abuso y la violencia. Se convierten en seres vulnerables, pero no tanto por su debilidad física, sino vulnerables por no poder ejercitar sus derechos, vulnerables también por su falta de poder y capacidad de gestionar sus vidas. De ahí que en aquellos lugares donde ese desequilibro de fuerzas es más rotundo y evidente como son las instituciones residenciales, sea donde el porcentaje de abusos y actos violentos es mayor. Cuanto más desposeídas de poder, más proclives a sufrir violencia y maltrato a lo largo de sus vidas.
Son muchos y diversos los estudios en todo el mundo sobre la incidencia y características de la violencia contra las mujeres con diversidad funcional. Se dan en ellos muchas cifras que tienen un denominador común: la incidencia de la violencia contra estas mujeres es de tres a cinco veces más frecuente que en las mujeres en general. No es solo más numerosa en incidencia sino que más diversa en su manifestación. Hablamos de violencia sexual, de violencia doméstica, pero también de violencia institucional, de esterilización no consentida, aborto no consentido, explotación médica, humillación, abuso de medicación, aislamiento social, abandono físico, negligencia y acoso.
En España no tenemos estadísticas oficiales ni estudios suficientemente amplios como para atreverme a dar datos, pero todas aquellas personas con diversidad funcional y aquellas que de un modo u otro tienen relación con ellas saben, fruto de su experiencia, de qué estamos hablando cuando hablamos de violencia contra las mujeres con diversidad funcional.
Algunas de las preguntas que surgen entonces es, si eso es así, ¿por qué la sociedad no lo sabe? ¿Por qué la comunidad científica no lo investiga? ¿Por qué las asociaciones no lo tienen dentro de sus prioridades? ¿Por qué los políticos lo ignoran cuando planifican planes de prevención de la violencia contra las mujeres? ¿Por qué no hay denuncias? ¿Por qué no se cuentan los casos en las estadísticas de víctimas de la violencia?
Solo tengo algunas respuestas: porque somos seres sin identidad social, un grupo fuera de la sociedad que no entra dentro de sus planes salvo los específicamente dirigidos a ese grupo. No contamos porque “somos otra cosa”. Es como cuando se dice “hay 2.000.000 de parados en España”, imposible que estén incluyendo ahí al 1.000.000 de parados que supone la población con algún tipo de diversidad funcional porque si no, tendría que haber 3.000.000. Porque tradicionalmente ha sido un colectivo en situación de exclusión social olvidado tanto por las políticas dirigidas a la erradicación de la discriminación por razón de discapacidad como por las que se dirigen a promover la igualdad entre hombres y mujeres.
La causa de la exclusión social de la mujer, y paradójicamente también la del hombre, con diversidad funcional se debe buscar en los valores masculinos dominantes en las sociedades capitalistas. Su discriminación bebe de las mismas fuentes que la discriminación que sufren las mujeres en general, pero, además, se ve incrementado el peso de la losa de la marginación cuando se le suma el factor diversidad funcional.
Las mujeres, además, tenemos que enfrentarnos a la infravaloración familiar y en las relaciones sociales, al desprestigio social por no cumplir con los modelos femeninos, a nuestro maltratador, a nuestras semejantes -las mujeres en general-, a nosotras mismas…, pero sobre todo, enfrentarnos en situación de desigualdad frente a una ideología y cultura dominante, patriarcal, machista y despiadada que asume la diversidad humana, siempre que la pueda mantener bajo control.
Otro de los elementos que posiblemente han contribuido a no hacer visible esta situación es el hecho de que a la hora de analizar las causas de la existencia de la violencia contra las mujeres no se haya tenido muy en cuenta la relación que hay entre violencia y exclusión y se haya centrado más en la violencia doméstica o sexual. Para las mujeres con diversidad funcional el sexismo y la discriminación componen la realidad y condicionan la manera de funcionar, interactuar con el mundo.
Se ha hablado mucho en el área el feminismo sobre la segunda y la tercera ola y lo que supuso para la liberación de las mujeres y la igualdad, sin embargo cuando le hablamos a ese feminismo de la clase no-blanca, no-occidental, no-media, no-hetero, mujeres con diversidad funcional, creamos automáticamente un contexto donde esos otros tipos de mujeres permanecen en los aledaños del discurso feminista. De esa manera, esos otros tipos de mujeres se convierten automáticamente en seres necesitados de recursos extra, formación extra, apoyo extra, extraordinariamente extra, como asegurándose de que permanezcan silenciosas y exteriores al diálogo feminista. En realidad se nos saca del discurso y reivindicación feminista y se nos traslada, como híbrido inidentificable, al discurso asistencialista de los servicios sociales.
Sin embargo, si se reconoce que las mujeres con diversidad funcional, con respecto a las demás mujeres, parten de una posición social diferente, y si se reconoce también que algunas de las circunstancias de nuestra discriminación son en parte diferentes a las que viven el resto de las mujeres, las medidas que se emprendan para atajar y eliminar esa situación de opresión no pueden ser, en muchos casos, las mismas, pero no por ello deben de ser consideradas como medidas “extra” que nos aparten del resto de las mujeres o de ser siquiera consideradas como tales.
Desde que en 1997 comenzamos en mi asociación a indagar en este tema y realizamos las primeras publicaciones, creo que se ha ganado terreno al desconocimiento y tanto la sociedad en general como específicamente las propias mujeres con diversidad funcional comienzan a reconocer y reconocerse como sujetos de malos tratos. Sin embargo, me gustaría plantear aquí una serie de preguntas que pueden servir como objeto de debate: ¿creen ustedes que la evolución de la visibilidad de la existencia de la violencia contra las mujeres y la puesta en marcha de medidas es pareja a la visibilidad de la violencia ejercida contra mujeres con diversidad funcional?; ¿creen, las mujeres con diversidad funcional, que esas medidas les afectan?; ¿estamos siendo valoradas en esas estadísticas?; ¿estamos siendo objeto de atención por parte de esos servicios?; ¿estamos denunciando situaciones de malos tratos?; ¿alguien sabe lo que ocurre a muchas mujeres con diversidad funcional en instituciones?; ¿se sabe identificar situaciones de violencia ejercida contra mujeres con diversidad funcional?; ¿se sabe cuándo una mujer con diversidad funcional está sufriendo malos tratos?; ¿están recibiendo esos servicios de atención a la mujer a mujeres con diversidad funcional?; ¿si los recibieran o recibieron sabrían o supieron lo que hacer?.
Seguramente no nos sea posible responder a muchas de estas preguntas porque nos falta información que es muy difícil de recabar cuando se desconoce la existencia de una circunstancia como puede ser esta. Como dije anteriormente, manejamos los datos de bastantes estudios e informes de proyectos realizados en diferentes países y de carácter puntual, además de la casuística derivada de la experiencia de mujeres víctimas de violencia y de aquellas personas que por su trabajo han estado en contacto con profesionales, asociaciones, servicios de asistencia, etc. pero nos falta el acceso a muchos puntos de información, analizar y organizar esa información para poder extraer resultados que nos permitan responder a esas y otras preguntas. También se debe de tener en cuenta, que la mayor parte de estos estudios y de la investigación realizada se ha hecho entre la población de mujeres y hombres con diversidad funcional intelectual que es la que más sufre situaciones de violencia y acoso y que no siempre se pueden extrapolar los datos porque las circunstancias son en gran número diferentes, pero ellos han abierto el camino y sentado precedente. Uno de esos estudios, realizado en 1999 por Mencap [1], en el Reino Unido, destacó la incidencia de la violencia en la comunidad contra hombres y mujeres con diversidad intelectual. Comprobaron que casi 9 de 10 de esas personas habían sido acosadas en el último año, generalmente en un lugar público. 1 de cada 3 había sido acosada a diario o semanalmente y 1 de cada 4 lo había sido en el autobús.
En otro estudio sueco [2] realizado en 2004, se constató que entre 122 miembros del personal de varias casa hogar, el 14% había utilizado la violencia en el año anterior. Los actos violentos parecían ser aceptados como parte natural del cuidado diario de las personas adultas con diversidad funcional intelectual. Una de las conclusiones finales también fue que había una carencia significativa de investigación sobre el trato que los hombres y mujeres con diversidad funcional intelectual recibían de estos servicios centrándose más en la violencia contra el personal por parte de los usuarios del servicio.
Podría hacer referencia a otros muchos estudios y literatura sobre el tema, pero me gustaría reclamar, una vez más, mayor indagación e investigación en nuestro país, más medios en manos de los y las profesionales y en manos de las mujeres, porque a estas alturas tendríamos que poder hablar de la realidad en España y estar actuando en consecuencia. Pero a estas alturas casi nadie niega ya que la violencia contra las mujeres y hombres con diversidad funcional existe, que es más elevada en las mujeres con respecto a los hombres y con respecto a las mujeres en general. Que esa violencia es más reiterada y se ve agravada cuando se ejerce contra mujeres que además de ser diferentes en su forma de vivir, reúnen una serie de factores que se dan de forma simultánea como la edad, la condición social, el color de piel, la religión, etc. que las convierten en mujeres fácilmente abordables desde la mente del abusador.
Sin embargo, tanto el género como la diversidad funcional son construcciones sociales basadas y generadas por una ideología imperante en nuestra sociedad, pero como tales construcciones sociales, pueden ser moldeables y transformadas en otras con otros valores y simbología. Ahí se vislumbran las claves para empezar a romper la situación actual, dando lugar a otra donde hallemos nuevos equilibrios entre valores y respeto a la diferencia.
Autora: Marita Iglesias (1958-2013).
Notas
- Mencap, Living in Fear: The need to combat bullying of people with a learning disability, London, 1999.
- Strand M.L., Benzeim E., & Saveman B-I., Violence in the care of adult persons with intellectual disabilities, Journal of Clinical Nursing, 13, 506-514, 2004.