Introducción
Las mujeres con discapacidad tienen que competir con una discriminación múltiple debido a su género y a su discapacidad a las que se le pueden sumar, su opción sexual, su etnia, etc. Se las considera con frecuencia como seres neutrales y, como tales, no se les atribuye la capacidad de vivir su sexualidad. A esto se le añade que no reciben mucha o ninguna educación sexual y desconocen sus cuerpos. Muchas son exhibidas desnudas en presencia de profesionales médicos, cuidadores, etc. y a veces son filmadas o fotografiadas para diarios médicos sin la petición de su consentimiento previo. Muchas mujeres padecen un serio daño psíquico por sufrir este control externo de sus vidas. No les resulta fácil poder reconocer la violencia sexual o el hostigamiento porque tales experiencias fácilmente pueden ser parte de una secuencia de diferentes violaciones. La situación se agrava considerablemente por tener una baja autoestima y actitudes negativas hacia sus propios cuerpos.
Estas son pinceladas de un retrato que refleja la circunstancia vital de muchas mujeres con discapacidad.
Quisiera poder esbozar aquí alguna de las claves de la pervivencia de actitudes y situaciones estructurales de violencia en la vida de muchas mujeres con discapacidad que, en función de la exigua información que podemos manejar actualmente, incide y se multiplica por tres con relación a las mujeres sin discapacidad.
No se pretende mostrar ninguna verdad absoluta, pero puedo hablar con más conocimiento de causa que ninguna otra persona sin discapacidad de lo que creo son los orígenes de nuestros problemas y así abrir un camino en la búsqueda de soluciones.
La violencia es siempre un problema a erradicar de la manera más rápida y tajante posible. Evidentemente, no se podrá abordar ninguna propuesta de cambio si se desconoce el cómo y el porqué se ha originado esa violencia. A pesar de esta certeza, las indagaciones que se hacen para acercarse al fenómeno de la existencia de situaciones de violencia en las personas con discapacidad, se quedan con lo inmediato, con el resultado final (casos denunciados, mujeres violadas, etc.) pero raramente se abunda en las causas de todo ello.
La evidencia de los datos
En la exploración de la literatura sobre la violencia contra mujeres con discapacidad, el rasgo que llama más la atención es, precisamente, la escasez de investigación sobre esta cuestión. La que existe parece limitada y fragmentada, a menudo no distingue la naturaleza de la discapacidad, no diferencia por sexo ni diferencia entre niños y adultos. La mayor parte parece centrarse en el abuso sexual y principalmente en relación con las personas con discapacidad intelectual. Pero ya casi nadie niega que existe, a pesar de esta circunstancia y a pesar de la dificultad en encontrar denuncias que la ilustren. Solo quisiera mencionar aquí datos de alguno de esos estudios de los que ninguno hace referencia a la situación en España y prácticamente ninguna referencia a Europa. La casi totalidad de las investigaciones sobre violencia y mujer con discapacidad se realizaron en EE.UU. Australia y Canadá.
Por lo que sabemos hasta ahora por estos estudios, las mujeres con discapacidad experimentan la violencia en situaciones similares a todas las mujeres: es decir serán asaltadas por alguien al que conocen, muy probablemente por un hombre y, seguramente será dentro del ámbito privado, en su residencia, en casa de un amigo o un pariente o en su lugar de trabajo. Sin embargo, la violencia contra mujeres con discapacidad se dispara en el grado de incidencia que como ya he dicho va de dos a cinco veces más que entre la población general y además también es más diversa en su naturaleza.
Para avalar en gran medida esto que acabo de decir y, al mismo tiempo, para que constaten la dificultad a la hora de sacar conclusiones generales cuando solo se cuenta con informes e investigaciones muy puntuales y reducidas, quisiera hacer referencia a algunas de esas investigaciones aún a riesgo de que pueda confundirles un poco tanta condensación de información.
En el caso de violencia sexual, los estudios indican que las mujeres con discapacidad son violadas y abusadas en un porcentaje al menos dos veces superior al de la población general de mujeres (Sobsey, 1994; Sobsey y Gama, 1991).
Sin embargo, otro estudio de carácter cualitativo (Nosek, 1996) encontró que aproximadamente un tercio de mujeres con discapacidad física había experimentado abuso sexual en alguna etapa de su vida. Asimismo un estudio realizado con mujeres canadienses con discapacidad, muestra que el 40% había experimentado abuso y el 12% habían sido violadas (Nosek, 1996)
Algunos investigadores sugieren que el 83% de mujeres con discapacidad serán asaltadas sexualmente en su vida (Sobsey, 1998) y que la incidencia de asalto sexual a personas con discapacidad intelectual es cuatro veces más alta que en la población sin discapacidad (Muccigrosso, 1991).
En cuanto a la violencia física, hay relativamente pocos estudios y un baile de cifras relativas a su incidencia. El Ministerio canadiense de Servicios sociales en Toronto encontró que el 33% de mujeres con discapacidad fueron atacadas, sobre todo por sus maridos, comparado con el 22% de mujeres sin discapacidad (Nosek, 1996). Estima, asimismo, que más del 85% de mujeres con discapacidad son víctimas de violencia doméstica en comparación con el 25% al 50 % de la población general. Coincide en estos datos con los aportados por el Departamento de Salud Pública de Colorado que afirma, por sus informaciones, que más del 85 % de mujeres con discapacidad son víctimas de violencia doméstica.
Una de los informes más conocidos llevado a cabo por el Centro de Investigación sobre Mujeres con Discapacidad de EE.UU. sobre la prevalencia del abuso en mujeres con discapacidad, realizó una muestra[1]sobre 860 mujeres, 439 con discapacidad física y 421 sin ella. Se les preguntó si alguna vez habían experimentado abuso sexual, emocional o físico. Las que respondieron afirmativamente, se les pidió que identificaran al autor y cuándo comenzó y finalizó esa situación de maltrato. El 62% de ambos grupos de mujeres había experimentado algún tipo de abuso en algún momento de sus vidas. De las mujeres que habían experimentado el abuso, la mitad, en ambos grupos, había experimentado abuso físico o sexual. Los maridos o compañeros eran los autores más comunes de abuso emocional o físico para ambos grupos. Hombres extraños, fuera de su círculo más familiar, eran los autores más comunes de abuso sexual en ambos grupos. Pero, además, las mujeres con discapacidad física sufrían abuso por parte de sus asistentes y personal de asistencia médica. El 13% de mujeres con discapacidad física habían experimentando abuso sexual o físico el año anterior. Las mujeres con discapacidad física parecen estar en riesgo de abuso emocional, físico y sexual al mismo nivel que las mujeres sin discapacidad, pero además experimentan abuso en periodos más prolongados que las mujeres sin discapacidad.
Este año, acaba de ser aprobado por el Parlamento Europeo un Informe sobre la situación de las mujeres de los grupos minoritarios en la Unión Europea. Considera dentro de esos grupos minoritarios el de las mujeres con discapacidad y en él se dice:
“Casi el 80% de las mujeres con discapacidad es víctima de la violencia y tiene un riesgo cuatro veces mayor que el resto de mujeres de sufrir violencia sexual. Así como las mujeres sin discapacidad son objeto de una violencia mayoritariamente causada por su pareja o ex pareja, las mujeres con discapacidad, el 68% de las cuales vive en instituciones[2], están expuestas a la violencia de personas de su entorno, ya sea personal sanitario, de servicio o cuidadores.
La violencia no sólo es una realidad frecuente en el caso de las mujeres con discapacidad, sino que en muchas ocasiones es la causa misma de la discapacidad. A escala mundial, se estima que la violencia doméstica es la principal causa de muerte y de discapacidad, antes que el cáncer, los accidentes de tráfico o incluso la guerra, para las mujeres de entre 16 y 45 años.” [3]
La tolerancia ante la evidencia
Quizás la barrera más significativa que impide la visibilidad del maltrato y con la que se encuentra una mujer con discapacidad después de haberlo sufrido es la aceptación cultural y social del abuso, la tolerancia y el hecho de no tomar en serio el abuso de mujeres con discapacidad.
Esta tolerancia del abuso por parte de la sociedad y la aceptación del maltrato por parte de la mujer como algo inherente a su condición de mujer con discapacidad es algo preocupante y que dificulta la protección de la víctima, la efectividad de programas de prevención y la interposición de denuncias. Respecto a esto último, expertos como Sobsey y la Gama encontraron que, aun cuando en el 95.6% de casos se identificó al autor, éste fue acusado en sólo el 22.2 % de casos. ¿Por qué? por el miedo hacia el maltratador, a la venganza, a la expulsión si está viviendo en una institución, el miedo al rechazo familiar, etc. que les hacía callar. Además, hay que sumar el factor de la incredulidad, sobre todo aquellas mujeres con dificultad de comunicación. La policía, las autoridades, los servicios de apoyo, etc. Incluso los familiares, cuestionan la verosimilitud de sus palabras porque (“qué sabrás tú de eso”) o de sus intérpretes en el caso de las mujeres sordas (“¿cómo sé que tu intérprete me está diciendo la verdad?”).
Ahondar más en este aspecto, nos llevaría por derroteros que quizá conviene desarrollar más en otro momento. Tan solo quiero dejar constancia con esta enumeración que acabo de realizar que la violencia dirigida a mujeres con discapacidad existe según las conclusiones derivadas de estudios que han verificado esta afirmación, a pesar de que no se haya tenido en cuenta a la hora de contabilizar casos de maltrato hacia mujeres por la casi inexistencia de denuncias; a pesar también de que se estén silenciando casos y a pesar de que se intenten ignorar mirando para otro lado incluso por parte de las propias mujeres.
Si las mujeres no saben que tienen apoyo, seguirán sintiendo miedo de informar que están siendo maltratadas. Una mujer que vive en relación con la violencia y además es dependiente para las acciones de la vida diaria puede ser obligada a seguir viviendo en una relación violenta.
¿Por qué las mujeres con discapacidad?
Y ¿quién más débil, indefenso y vulnerable que una mujer con discapacidad sobre la que ejercer ese poder?. Pero, ¿por qué débiles y vulnerables?. Porque se han dado una serie de circunstancias que han conformado el hecho de la discapacidad tal y como lo vivimos actualmente y que han marcado la forma en la que estas mujeres ven la vida y son vistas por los demás. La mujer representa la ausencia de toda identidad, aquello que puede ser violentado sin remordimiento ni conciencia de estar vulnerando ningún derecho. No puede haber escándalo cuando atentas contra sujetos sin identidad.
Es así como aparece otra de las razones por la que las mujeres hemos sido marginadas dentro de los marginados haciéndonos más invisibles y vulnerables: la concepción de las personas con discapacidad como un grupo homogéneo. Sin género.
Pero somos hombres y mujeres, primero, que luego nos enfrentamos a la cortina de la discapacidad que desciende ante nosotros impidiéndonos ver mucho más allá. Y así deberíamos manifestarnos. Sin embargo, es el género el que contribuye en mayor grado a silenciar la posición de las mujeres con discapacidad. Hablamos entonces de doble opresión y marginación. Pero es un sumando que parece llegar, en algunos casos, hasta lo insoportable cuando añadimos las factores de lesbianas, viejas, negras, etc. El sexismo, el racismo, la infravaloración de los mayores son palabras que definen comportamientos sociales que generan a su vez opresión y violencia. Es verdad que los hombres se hallan en estas mismas circunstancias: gays, viejos, negros…, pero siempre estarán en un nivel superior/inferior en la escala de la marginación porque nunca serán mujeres. Es más, como bien dice Lydia La Riviere, somos discriminadas por la sociedad en su conjunto por ser mujeres con discapacidad, por los hombres con discapacidad y por las mujeres sin discapacidad quienes, además, representan el mayor número de profesionales de lo que ella denomina, y yo también, “la industria de la discapacidad”.
A partir de aquí, se desencadenan una serie circunstancias que provocan una especie de determinismo existencial que define la vida de muchas mujeres. Puede que si retomamos ahora la pregunta del inicio ¿Por qué vulnerables? se pueda dar ya alguna respuesta.
Tanto el género como la discapacidad, se convierten en sinónimo de dependencia porque ambos refuerzan una imagen de ser débil y necesitado de protección; un ser vulnerable y fácilmente controlable. Y es este el caldo de cultivo donde se alimenta el germen de la violencia.
Pero, quizá, sobre todas estas circunstancias, está el hecho de la existencia de la discriminación por razón de la discapacidad y un acentuado prejuicio social hacia estas mujeres. Ambas circunstancias, mujer y con discapacidad, juntas, en la misma persona, hacen que de lugar a una de las más injustas y silenciadas vivencias de abuso de poder.
De esas tierras estos lodos
Se ha hecho referencia anteriormente al componente cultural, religioso, etc. que determina la forma en que las personas, y más concretamente las mujeres con discapacidad, son percibidas por la sociedad, es decir, como seres imperfectos, dependientes y débiles. Si a esta imagen añadimos los tabúes y motivaciones que rodean el abuso sexual, por ejemplo, nos encontramos con elementos poderosos para que esta situación de agresión sobre todo hacia las mujeres, se siga perpetuando.
En un intento por explicar el porqué de esa tendencia generalizada a abusar y maltratar a estas mujeres, D. Sobsey (1990) identifica varios mitos con los que la sociedad ha rodeado a las personas que no responden al patrón común del ser «normal» y que retratan a las personas con discapacidad como seres en «estado vegetativo» y por lo tanto de una calidad de miembro de la sociedad inferior. Cualquier violación y abuso ejercida contra estas personas en la mente de un violador, no tiene que ser considerada con la misma categoría de delito.
Muchas veces surge la cuestión de porqué no existen denuncias de malos tratos en mujeres con discapacidad, pero alguien se ha preguntado ¿ante quién denuncio si el maltratador vive conmigo y yo no puedo salir de aquí?. Un intento por entender el fracaso del sistema judicial a la hora de recoger información sobre casos de violencia cometido contra mujeres con discapacidad es que el foco de atención primeramente se centró en el delincuente más que en la víctima, luego el interés recayó más sobre la víctima y su culpabilidad reflejando así la creencia de la sociedad de que las víctimas eran de alguna manera culpables de su situación. Más tarde, la atención se fijó en la atención y tratamiento de las víctimas y actualmente parece que se está ahondando más en el entorno que rodea a la víctima. Esto nos favorece de alguna manera, pero aún queda un reto más, que se analice lo que pasa y cómo se solucionan los casos de aquellas víctimas que son incapaces de denunciar maltrato y abuso cometidos contra ellas mismas. Cuando no se denuncia un maltrato, no hay posibilidad de que la justicia actúe ni será jamás admitida su existencia.
Por lo tanto, y a modo de resumen de estas pinceladas de un cuadro todavía por pintar, podría decir que esta mayor exposición a padecer situaciones de violencia por parte de las mujeres con discapacidad, tiene su origen en actitudes y consideraciones sociales hacia la mujer surgidas de una sociedad masculina, unidas a ciertas condiciones propiciadas por la imagen social negativa que se tiene de la discapacidad en sí, tales como:
- Más baja autoestima al no responder a los roles tradicionales de mujer.
- Menos probabilidades de vivir en familia o recibir apoyo comunitario.
- Mayor aislamiento social debido al estigma de la discapacidad relacionado con mitos y miedos.
- Menor grado de autodeterminación debido al mito de la discapacidad y del género.
- Una limitación mayor al considerarlas incapaces de protegerse por sí mismas
- Más probabilidad de ser pobres, desempleadas, analfabetas o sin cualificación profesional.
- El hecho de ser menos capaces de defenderse físicamente.
- La dificultad de acceso a los puntos de información y asesoramiento, principalmente debido a la existencia de todo género de barreras arquitectónicas y de la comunicación.
- Tener mayores dificultades para expresar los malos tratos debido a problemas de comunicación.
- Mayor dependencia de la asistencia y cuidados de otros.
- Miedo a denunciar el abuso por la posibilidad de la pérdida de los vínculos y la provisión de cuidados.
- Menor credibilidad a la hora de denunciar hechos de este tipo ante algunos estamentos sociales.
- Vivir frecuentemente en entornos que favorecen la violencia: familias desestructuradas, instituciones, residencias y hospitales.
- Carecer de conciencia de género.
- Trato discriminatorio por parte de los hombres con y sin discapacidad y por parte de las mujeres.
- Ser consideradas antes niñas que mujeres; antes discapacitadas que mujeres; antes ángeles que mujeres.
Esto no es más que una somera enumeración de factores que considero son relevantes para establecer las causas de un problema. Pero creo que al mismo tiempo, también estoy evidenciando una carencia que es la necesidad de mayor profundización en los orígenes para poder poner remedio mediante medidas de prevención y sobre todo de educación. Y me gustaría subrayar esta palabra “educación” porque estoy completamente segura que la violencia contra las mujeres seguirá existiendo como fruto de una cultura que nos persigue, solo modificando la forma de pensar se podrá eliminar y eso únicamente se puede lograr mediante la educación. ¿Quién es capaz de tomar el reto?
Notas
- Prevalence of Abuse of Women with Physical Disabilities, Young ME, Nosek MA, Howland CA , Chanpong G, Rintala, (1997).
- “Women-Disabled Women”, conferencia de Lydia La Rivière.
- OMS (citado en el Consejo de Europa, Violencia Doméstica, Informe de la Comisión sobre la igualdad de oportunidades para los hombres y las mujeres), 2002.
- Informe sobre la situación de las mujeres de los grupos minoritarios en la Unión Europea.
- (2003/2109 (INI)), Comisión de Derechos de la Mujer e Igualdad de Oportunidades, E. Valenciano (2004)
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Autora: Marita Iglesias Padrón